MI ENCUENTRO CON LA LOCURA (El día que velaron a Jaime Pardo Leal) A manera de Testimonio Histórico

Era el lunes festivo 12 de octubre de 1.987, fecha en que se conmemora la llegada de Cristobal Colón a América o Día de la Raza.  Había viajado a Bogotá para visitar a mi hermano Victor Hugo quien gozaba del primer permiso de salida luego de incorporarse a las fuerzas militares. Fue el primer y único varón de la familia que tomó la decisión de prestar servicio militar, algo que nunca entendimos. 

Como no teníamos familiar o amigo alguno que nos hospedara, mi hermano Julián hizo reservación en el Hotel Monserrate ubicado a pocas cuadras de la Plaza de Bolivar, lugar que considero es el corazón de la patria, en el que se encuentran algunas de las edificaciones más emblemáticas del País y desde donde se divisa por encima de la Casa del Florero, (la que se estremeció el 20 de julio de 1.810 con el grito de independencia), el majestuoso cerro de Monserrate, custodio de la ciudad junto con el de Guadalupe. Alrededor de la plaza se observa, por el oriente, la Catedral Primada en cuyos terrenos se celebró la primera misa el día de la fundación de Bogotá, la Casa del Cabildo Eclesiástico, la Capilla del Sagrario que recibió en 1.819 al ejército libertador encabezado por Simón Bolivar luego de vencer al ejército español en el puente de Boyacá, y la casa Arzobispal, que hospedó en la antigua edificación al Virrey Amar y Borbón después del grito de independencia y que, luego, serviría de despacho al “pacificador” Morillo y el Virrey Sámano en la época de la reconquista; por el sur se aprecia el majestuoso edificio del Capitolio Nacional de estilo republicano y neoclásico donde funciona el Congreso de la República; al occidente, el Palacio de Liévano que fuera el primer centro comercial de la ciudad y hoy es la sede central de la Alcaldía Mayor de Bogotá;  por el norte, encerrado y como si estuviera de luto, cubierto con tela plástica de color negro, las ruinas del Palacio de Justicia que dos años antes había sufrido una de las mayores desgracias del país al ser tomado por un grupo guerrillero financiado por el narcotrafico y destruido al intentar su recuperación el ejército. Ahora que lo pienso, esa plaza está llena de paradojas: al oriente se ubica la iglesia católica, la mayor religión de occidente; en una capilla se recibe al Libertador y, enseguida, en la sede arzobispal, se hospeda al invasor; el edificio que representa la majestad de la justicia fue mancillado y destruido por orden de delincuentes y por quienes debían protegerlo; y, en una casa vieja, todavía se escucha el grito por nuestras libertades, el que resuena cada día en esa plaza donde mora como testigo mudo, la estatua del libertador.

Victor Hugo y yo nos despertamos temprano por los gritos que llegaban de la calle, algunos airados, otros dolidos. Curiosos nos asomamos a la ventana del quinto piso donde nos hospedabamos y al ver el revuelo, llamé a la recepción para que nos informaran qué pasaba, al carecer de medios para enterarmos porque el cuarto no tenía radio ni televisión. – ¡Matarón a Pardo! Se escuchó por el auricular. Nos miramos entre espantados e incrédulos. – ¿Cómo así? Pregunté al recepcionista. – Sí, – me contestó – ayer por la tarde en La Mesa. Venía de la finca. Dicen que al mediodía traen el cadaver para velarlo en la Plaza de Bolivar. (…) – ¿Y está muy jodido en la calle? – Un poco, contestó el recepcionista, ha habido muertos en el barrio “La Pola”, al sur, y disturbios en Soacha y Bosa. Colgué y le pregunté a mis hermanos, ¿qué hacemos? Julián, quien había llegado a recogernos para ir a desayunar y es el más arriesgado, dijo – ¡Pues nada!, nos vamos a desayunar y de paso averiguamos qué pasa. Victor Hugo nos pidió un momento mientras llamaba al batallón. Según nos informó, no debía preocuparse y podía continuar con su licencia.

En la calle se vivía un clima muy tenso. Habíamos caminado hasta la chocolatería La Florida ubicada en la carrera séptima entre las calles veinte y veintiuna a desayunar con chocolate y tamal santafereño. Desde que conocí ese lugar en 1.981, no he dejado de visitarlo. De ahí nos dirigimos al hotel pues se preveían disturbios.

Al hotel nos llegó la noticia que a las once de la mañana habían traído a la Plaza de Bolivar el feretro con el cuerpo de Jaime Pardo Leal, presidente de la Unión Patriótica y candidato a la presidencia del año 1.986 quien había obtenido la mayor votación de un partido de izquierda. Era uno más de los muertos que dejaba la insensatez y locura de la funesta alianza entre políticos, narcotraficantes y paramilitares que ha empobrecido el alma nacional y nos ha impedido ubicarnos con dignidad en el mundo, como Nación verdaderamente democrática.

La velación se hizo dentro del Capitolio Nacional a pesar de que sus seguidores querían hacerlo en la plaza, y, venciendo la curiosidad que sentíamos, decidimos quedarnos en el hotel por seguridad o por miedo. Desde la ventana observábamos como se llenaban las calles de personas enardecidas que gritaban al unísono «Si señor, como no, el gobierno lo mató» y «Samudio asesino». De pronto, algo raro sucedió, era un poco más alla del mediodía y sobre la carrera séptima y la calle diecisiete, por donde queda la entrada al hotel, la muchedumbre empezó a correr armada de palos y a romper las puertas, rejas y vidrios de las vitrinas de los almacenes vecinos. Muchos de los manifestantes saquearon los establecimientos y los vimos cargando vestidos, calzado, muebles y utencilios de cocina. Como dato curioso, en el primer piso del edificio situado en la esquina, enseguida del hotel, había una sucursal de una librería, no fue dañada ni robada, tal vez por respeto o porque los libros poco interesan a las multitudes.

Entramos en pánico y empezamos a gritar para evitar el salvajismo. Nadie oía. Gritamos llamando a la policía que acordonaba la zona a una cuadra de distancia. Tampoco nos escuchaban.  Ese día entendí que en la barbarie todo se pierde, la razón y la audición. El fuerte sonido de un disparo de escopeta silenció las consignas y una mujer cayó al suelo ensangrentada. El vigilante de un banco situado al lado de la librería había disparado su arma de dotación. Después del mutismo y estupor, los gritos se hicieron más fuertes destacando entre todos ellos los alaridos de una niña arrodillada ante la mujer ensangrentada. Todos corrieron a buscar al vigilante. Nadie auxilió a la señora y a la niña. Desde nuestra posición no vimos qué pasó. El recepcionista nos contó que el vigilante fue linchado.

El horror nos hizo cerrar la ventana. Nerviosos tratamos de consolarnos. Cuando todo se calmó, las calles empezaron a quedar solas y recogieron a los muertos. Los dueños de los almacenes fueron llegando poco a poco a proteger lo que quedaba y a rescatar lo que podían. Eran las cinco de la tarde. Como no habíamos almorzado, temerosos salimos a buscar un restaurante cercano. Al día siguiente, martes 13, bajo augurios siniestros se realizarían las exequias del nuevo mártir. No quise quedarme en Bogotá y esa noche después de dejar a Victor Hugo en el Batallón y de despedirme de Julián quien iba a su apartamento, viaje a mi tierra con el deseo de que nada de lo vivido hubiera sido cierto. Lo ocurrido en los años siguientes me mantiene despierto y con la convicción que estamos condenados, no a cien años de soledad, sino a infinitos años de violencia.

JUAN CARLOS BECERRA HERMIDA

Mayo 14 de 2020 

Publicado por juancarlosbecerrahermida

Abogado, profesor universitario, especialista en Derecho Tributario con pretensiones literarias.

4 comentarios sobre “MI ENCUENTRO CON LA LOCURA (El día que velaron a Jaime Pardo Leal) A manera de Testimonio Histórico

  1. Muy buen relato de una vivencia inesperada. De acuerdo con la conclusión. En lo personal creo que nuestro país no es viable para los seres de bien que encuentran muchas dificultades para trasegar entre tanta indolencia, corrupción, nome importaculismo y demás plagas que nos acompañan. Nuestra capacidad de asombro ha sido puesta a prueba de manera permanente y sin respiro. A pesar de habitar este terruño manchado hasta la saciedad, hemos logrado tener un lugar que en mi caso no guarda correlación con el anhelado, pero que me ha permitido o nos ha posibilitado caminar con DIGNIDAD.

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  2. He leído su testimonio de esta vez y debo decirle que está muy bien abordado. De estos hechos trágicos, tristemente, sí que está hecha nuestra historia por años ya. Me llamó mucho la atención cuando dices: «… porque los libros poco interesan a las multitudes», ya que el respeto como otra opción, sin lugar a dudas, no cabe en las mentes de aquellos enardecidos que enarbolan la bandera de la destrucción. Un abrazo y mis reiteradas felicitaciones. OGA

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